Por: * Lic. Juan José Larrea
– Jefe de Prensa del Ombudsman Nacional
– Especialista en Comunicación Institucional
Internet dio la posibilidad, a millones de personas, de nutrirse, educarse, descubrir y enriquecer sus conocimientos, como nunca hubieran soñado antes. Desde visitar virtualmente un museo y ojear, aunque sea a la distancia, libros, objetos y acontecimientos inalcanzables en otros momentos de la historia, hasta acceder de manera rápida y fácil al conocimiento, que en otro tiempo hubiese llevado no solo el consumo de un largo tiempo y dedicación, sino la disposición de recursos económicos propios.
El hecho lamentable, lo configura la restricción a la educación, la cultura y la información que se originan a partir del momento en que un grupo de personas queda excluido de utilizar un medio que de pronto se ha vuelto casi indispensable. De esto se trata la Brecha Digital, aunque hay varias posturas al respecto.
El artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que «toda persona tiene derecho a tomar parte libremente de la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resultan«. El artículo 22 de la misma declaración dice: «Toda persona (…) tiene derecho a (…) obtener (…) la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad«.
Sin embargo, en Argentina, se está muy lejos de alcanzar la revolución tecnológica y cultural que Internet puede ofrecer. Según un artículo publicado en el diario La Nación el 8 de septiembre de 2003, “Más de 2.000.000 de personas usan accesos públicos a la Web”. Hacía unos meses, otro artículo del mismo diario, agregaba: “Cada vez son más frecuentes las conexiones gratuitas a la Red”. Estas informaciones permiten vislumbrar que cada vez más gente utiliza Internet, y que su uso es facilitado por los locutorios y los servicios de acceso gratuito. Sin embargo, y a mi modo de ver, estaríamos cayendo en una falsa apreciación.
En la república Argentina, el 16 % de la población tiene acceso frecuente a Internet. Esto representa 5 millones de personas. Sin embargo, la mitad se conecta desde lugares públicos. Es decir, que el acceso telefónico o la tarifa de la banda ancha es demasiado alta para su bolsillo. Sólo en el último año (2003) se incrementó en un 15% el número de clientes de locutorios y cybercafés.
Al mismo tiempo, proliferaron rápidamente los accesos gratuitos. El servicio de conexión gratuita a la Red puede interesarle a muchas personas, pero no todas pueden disfrutarlo. Sólo está disponible en las grandes ciudades, donde el número de potenciales usuarios es suficientemente grande como para que los proveedores brinden la prestación y les resulte redituable.
Además, al no pagar un abono mensual, los conectados deben costear los pulsos de las llamadas locales que impliquen sus conexiones. Algo que las empresas que cobran por ofrecer Internet indican como la principal desventaja. Un usuario activo de Internet, puede llegar a pagar a través de los accesos gratuitos lo mismo que un usuario de banda ancha, que paga el abono mensual aunque no el teléfono.
¿Es entonces Internet el ideal del libre acceso, la democratización del saber y la libre circulación de ideas e información? Nadie duda de su potencial. Sin embargo y, al menos por ahora, Argentina debe conformarse con una Internet del “subdesarrollo”.
La inequidad en el acceso a la Red no es un problema del medio, sino de una sociedad que genera desigualdad. Y la restricción, ya sea técnica (por deficiencias en la velocidad de transmisión de datos, especialmente en el interior del país) o económica (por los altos costos que implica ser un usuario activo) no es un tema menor en un mundo absolutamente afectado e influenciado por los avances tecnológicos, o lo que hace mucho tiempo llamamos “Globalización”.
En primer lugar, porque la Red de Redes dejó de ser un lujo en la mayoría de los países medianamente desarrollados. A nivel internacional, Dinamarca es el país con mayor penetración de internautas entre la población: el 63 % de los daneses tiene acceso permanente a la Red. Con sólo un punto de diferencia uno de otro, sucesivamente, les siguen los norteamericanos, los holandeses, los canadienses, los finlandeses y los noruegos.
En segundo lugar, y no menos importante, porque Internet (como cualquier medio de comunicación) implica el manejo de información y el manejo de un lenguaje. Pero aún más importante, se trata del manejo del poder que cada uno de éstos otorga a quien los posee.
El maltratado internauta argentino hace lo que puede para seguir usando su e-mail, el chat y la navegación. Gracias a esto, contamos hoy con nuevos locutorios que llegan a sectores con restricciones presupuestarias, como los jóvenes (el 56 % de los usuarios tiene 25 años o menos) y a niveles socioeconómicos medios y medios-bajos (el 80% pertenece a los segmentos C2, C3 y D). Pero no olvidemos…estamos hablando de sólo el 16% de la población. ¿Qué pasa con el restante 84%?
Podría decirse que Internet es una aliada perfecta de la globalización, herramienta ideal para mantenerse “conectado”, no con una línea telefónica ni con un servidor, sino con nuestros pares en todo el mundo.
Ese es el poder que pierden quienes no pueden pasar por esta puerta, hasta el día de hoy, tan estrecha en Argentina.
*Juan José Larrea, es Licenciado en Comunicación Social y Periodista. Desde 1997 se desempeña como Jefe de Prensa y Difusión del Defensor del Pueblo de la Nación Argentina.
Publicado en Diario La Nación (Información General) y Diario Rio Negro (Opinión) el 26/12/03.